Comenzaré esta sección hípica, con un homenaje a un gran caballo. Halley fué como potro un «desecho» de su criador, que lo descartó por su ímpetu y fortaleza, pero que con cariño y comprensión, se convirtió en un gran caballo de Doma Clásica. El mérito de su doma me lo atribuyo, pero debo decir que en ese intercambio, aprendí mucho más yo de lo que me enseño él. La templanza y el equilibrio que me hizo ejercitar para llegar a su comprensión, nunca se lo podré agradecer y como puede verse,…lo que era capaz de hacer, con serenidad y perfección, pese al desequilibrio permanente que suponía llevar encima a un señor, en ese momento, voy a decir, «tan corpulento».
Unas fotografías, tomadas en un «clinic» impartido en el año 2002 por un GRANDE de la hípica Española, en todo el mundo, D. Rafael Jurado Postigo, abuelo de uno de nuestros mejores Olímpicos, y único jinete que consiguió poner en pié a todo un Madison Square Garden de New York, con su mítico Malandrin. Os dejo un enlace de ese binomio: Rafael & Malandrín en el cortijo de Dos Hermanas, Sevilla .
Confieso que he tenido varios caballos en mi vida y que algunos han causado una enorme impresión, de tal modo que no puedo dejar de recordarlos, pero de entre ellos, destacan dos que por sus actitudes y la satisfacción que me produjo su doma y su monta, permanecen en mi recuerdo, el uno es Kolombo, un pura sangre Irlandés, con una alzada de 1,71, que haciendo gala de su raza, era realmente impresionante su monta, donde podías comprobar lo que significa disponer de una potencia fuera de lo normal bajo tus piernas, provocando que necesites poner en él toda tu confianza, cuando aligerando tu control, deja explotar toda su fuerza y desarrolla una velocidad, contigo encima, que roza el límite de las sensaciones. Nunca corrió en pista profesional, pero si me dio horas de satisfacción corriendo con él en pistas, sin competir con nadie, sino simplemente, disfrutando de su poder.
Existió otro llamado Bilbaíno, rebautizado por mí, como Arrayán on el que pude disfrutar mucho es poco decir, pero también se puede decir que no podías dejarte llevar a su antojo, necesitaba sentirse montado permanentemente y eso en ocasiones incomoda. Dentro de la raza de pura sangre española (PRE), se encontraba Arrayan, pero también Halley.
Halley era un caballo, PRE, con su carta y todo, para aquellos que entienden de caballos, pero que por problemas de exceso hormonal, lo castraron a los dos años, aunque creo sinceramente que él, nunca se dió por aludido, o se lo hicieron mal, pues mantuvo durante toda su vida su necesidad de relacionarse con yeguas.
Lo cierto es que lo cogí cuando tenía 3 años, y por culpa de su condición, lo habían condenado a permanecer entre las yeguas, con tan mala suerte, que una yegua machorra lo «enfiló» por su forma de ser y cuando lo encontré, aparte de sus actitudes y forma de moverse, que expresaban sus claras cualidades, no existía nada más en su estructura que hiciera pensar que debajo de todo aquel saco de huesos existía un verdadero caballo.
Fue mucho tiempo el que utilicé para poder domarlo, pues tenía una fuerza, fuera de lo normal, lo que hacía que aún viéndolo hermoso, muchos se alejaban de él, con cierto reparo o miedo y los comentarios, a partir de cuando recobró su cuerpo y estructura, recuperado de su nacimiento y crianza, a muy pocos era a los que les apetecía subir en un caballo con tanta energía potencial. No hay más que verlo en las diapositivas que aquí se muestran, sonde ya aparece con una estructura, que dan muestra de su enorme estampa, si se compara con quien lo monta, pese a una cara claramente con estigmas árabes, que muy probablemente era genes que llevaba y le daban esa forma de ser y carácter.
Lo cierto es que tras una doma, basada esencialmente en la doma natural, se convirtió, casi, en un caballo de feria. Desnudo, ofrecia una imagen de alzadas y cabriolas, disfrutando de su libertad, que a pocos apetecía montar, pero cuando simplemente se le colocaba el bocado y se percataba que comenzaba el trabajo, se convertía en un caballo, que pedía permiso para mover cada extremidad antes de «hacer algo mal», pues disfrutaba trabajando, pues el entendía que era un juego. Puede pensarse que temía las represalias con la fusta, pero no era cierto, jamas y digo jamás, supo lo que era un fustazo. de hecho, llamaba la atención, cuando una vez finalizado el trabajo, desmontaba y simplemente le ofrecía la fusta y el con sumo cuidado, la cogía entre sus dientes y se iba a su cuadra a esperar a que yo llegase para desvestirle, lo llevase a la ducha y después a su comida o cena.
Es en este momento cuando siento que el homenaje a este caballo, pasa por comentar los pasos que poco a poco me dieron la felicidad de montar un caballo que llegó a convertirse en campeón en Madrid, en la disciplina de doma clásica. Pero eso será en próximos capítulos.










