Doma Vaquera I

Existen muchas formas de montar y disfrutar del caballo, pero de entre todas ellas hay una que se asocia inevitablemente al campo, el aire fresco, a las excursiones y al tiempo libre. La Doma Vaquera que aún se utiliza para tareas con el ganado en muchas partes del mundo, resulta una solución idónea para cubrir todas las necesidades de estos jinetes y amazonas que deben pasar muchas horas sobre sus cabalgaduras y además, aquí en España les permite concursar en una disciplina hípica, atrayente pero no exenta de dificultades. En realidad con muy pequeñas diferencias, la podemos asimilar a la Doma de Trabajo internacional.

Una "parada a la raya"
Parada a la Raya

Intentaré dar a conocer a todos los aficionados a la hípica, una forma de monta que ha sido esencial para muchos trabajadores del campo, pero con el tiempo y la perfección en los modos y formas, se ha ido convirtiendo, en una manera de montar a caballo, que por el acierto de jinetes ya desaparecidos, como D. Luis Ramos Paul y D. Rafael Jurado, supieron dar forma a un reglamento de esta disciplina. Vaya eta serie de escritos “in memoriam” de D. Rafael Jurado, amigo y maestro personal durante muchos años. 

Vamos a intentar desmenuzar el contenido de este estilo de monta, en el convencimiento de que serán muchas las personas que encontrarán en él un modo distinto paro atractivo para disfrutar del caballo. 

La Doma Vaquera es sin lugar a dudas, la mejor solución y comodidad cuando de salir al campo se trata, ya que la silla, típica de esta disciplina, resulta, incluso para el mas avezado novato, segura y aportadora de confianza, frente a la silla de la Doma Clásica o silla inglesa o de galápago. Personalmente, siempre he opinado que con un albardón, aun sin saber montar, quien tiene poco que hacer frente al jinete, es el caballo, mientras que con la silla inglesa, sin saber montar, el jinete no tiene nada que hacer frente a las intenciones del caballo.

Dicho esto, si además uno siente ganas de comparar sus conocimientos y destreza en la monta, la Doma Vaquera no presenta grandes diferencias respecto de la Doma Clásica. Mi viejo y recordado amigo D. Rafael siempre me dijo que Doma solo hay una y después están las disciplinas.

La historia de la Doma Vaquera se ha escrito desde los inicios de la doma, para encontrar sentido y justificación a cada movimiento, viendo el porqué de la vestimenta, analizando cada sentido del comportamiento del caballo. 

En cada capítulo, iremos desgranando estas alternativas y que para hacerlas mas amenas, iremos comentando por apartados, con incluso anécdotas entresacadas del pueblo en sus faenas e historia y para comenzar con buen pie, nos sumiremos en un sueño en el que nos trasladados a un lugar entre la mieses de la dehesa, en cualquier día de Abril, en esas tierras de sur, en Andalucía.

El rocío se siente y las primeras luces de la mañana impregnan el entorno, mientras los relinchos de los caballos resuenan en las cuadras reclamando el “cuido” del mozo, que como cada día, lentamente propina a cada uno de ellos, su ración de heno y su escudilla de avena. Hay que preparar la jornada que como siempre, se presenta dura, y “la caló” tedia y perezosa se vislumbra silenciosa por el horizonte cubriendo las copas de encinas y olivares, con su abanico deslumbrante que hacen brillar las briznas de los primeros brotes de hierba clara de los meses abril.

Es la hora del alba, cuando el día nace y promete mucho y solo el aún lejano atardecer nos dirá cuanto desgrana. Se preparan los caballos, se aseguran los zahones e incluso alguna martingala, aquí es donde la experiencia es mucho, y las prisas poco o nada. En estas horas primeras es el ajetreo quien manda y sacan del guadarnés sillas y cabezadas y se recogen las crines con una trenza muy larga y se les peina la cola y vuelta a vuelta se guarda y una vez se le acicala, el caballo está dispuesto para comenzar su andada y el jinete que se asegura al estribo, antes de dar la zancada, y así se sube en la silla que tiene ese cuero negro y hace tiempo que tenía hasta la zalea alba.

Es un rito permanente que podemos apreciar en los cortijos de esta nuestra piel de toro, fruto de muchos años de experiencia y tradiciones donde las cosas se hacen “ansí” y no de otra manera pues es así como “debe hacerse” pues son muchas las horas del día, y de otra forma esas horas, aún resultan más largas.

Estos son hombres, hechos en la dehesa a fuerza frío y sombra, “caló” y “lumbre”, que con la ayuda inseparable del caballo, logran realizar su tarea, gracias a un mimo especial hacia su compañero de trabajo, sin el cual sería impensable cualquier labor en el campo. Al caballo en el campo se le exige mucho, pero no menos de lo que el propio jinete da y cuando el sudor va empapando la camisa y cae lentamente por el anca, se justifica ese día, da satisfacción y es así tanto, que se enriquece el alma.

Cuando, a partir de ahora, hablemos de Doma Vaquera, estaremos hablando de tradición, sentido, armonía, conciencia, orgullo, necesidad…; y otros muchos sentimientos y de hasta sensaciones que se salen desde adentro y se expresan de una forma calla. Y hablaremos de cadencia, de paso y de reunión, y de paradas a raya. De arremeter y doblar, de revolver y arrear, de un paso atrás y un apoyo, y del galope impulsado, y de la franqueza al tranco, y del paso castellano, y de tantos otros pasos y movimientos del campo, que solo se entenderán si se ha sentido cercano el “resoplio” de un toro, o el requiebro de una vaca cuando se siente celosa, y ante el acoso al becerro, contra nosotros se arranca.

Son muchas las cancillas que hay que superar, los caminos que hay que pasear y los ríos y marismas que hay que vadear los que marcan la necesidad de cada día y hacen del jinete domador improvisado dibujando y enseñando cada movimiento al caballo, ahora al paso, al galope ahora, “sin parecer hacer ná”, con el caballo a la mano, pronto a la necesidad, rápido ante el engaño, aprendiendo a cada tranco, ni mas de lo necesario, ni menos de lo esperado. No es más aquí, o más allá, es donde lo exige el momento, es donde lo exige el ganado.

Domar un caballo tiene muchos significados, pero todos pasan por la necesidad de doblegar al animal hasta conseguir que permita su monta y llegados a este punto, conseguir de él una serie de actitudes que permitan su uso en determinadas funciones y actividades. Los comienzos de todas las formas de doma van a ser prácticamente iguales, y serán la forma de interpretar los movimientos, los que diferencian cada una de ellas. La Doma Vaquera surge del campo, y como tal, todos los movimientos que realiza, están pensados y dirigidos a conseguir un conjunto de soluciones, ya no solo en lo que se refiere al manejo del ganado, sino también a la propia comodidad del jinete que debe soportar jornadas de muchas horas a lomos de su cabalgadura.

Siempre surge la oportunidad de comparar la doma vaquera con la doma clásica, y como en cualquier otra ocasión, las comparaciones son odiosas, simplemente porque resultan imposibles de comparar, puesto que ni siquiera persiguen los mismos fines. La doma clásica, emana disciplina y conjunción que son opciones militares, surge y se va perfeccionando en un cuadrilongo con la necesidad de justificar la funcionalidad de cada uno de sus movimientos en una disciplina militar en donde se supone el caballo dentro de una estructura compuesta por muchos otros que deben desfilar bajo las mismas premisas y conciertos, mientras que la doma vaquera surge de las propias necesidades diarias basando sus exigencias en la propia idiosincrasia del trabajo en el campo, que además de exigir una capacidades físicas muy importantes, en las que siempre está implícita la posibilidad del error con graves consecuencias. Es tanto así, que en muchas ocasiones, el caballo de trabajo, se convierte en algo tan perfecto pero tosco, que se debe disponer de otro animal, esbelto y con cadencia con el que poder festejar y rendir cultos. Es el tedio de muchas tardes bajo la sola sombra del ala del sombrero, las que hacen que el jinete procure engalanar movimientos del caballo que hagan de su jaca algo distinta a las demás, para mostrarla a la novia, o simplemente para pasear, en un simple gallardeo, en el que propio caballo participa y aprovecha para mostrarse a sus yeguas cuando por delante de ellas pasa.

El campo es rudo y la necesidad mucho mas. No puede desperdiciarse nada, y las crines “entresacás”, y el “pelo recién cortao”, y el esparto “recogío”, y otras muchas cosas mas, servirán para ayudar, con la paciencia en las manos, rudas por el trabajo, finas por necesidad, a forjar con mucho mimo, ese mosquero de “paseá”, esa cuerda de “fajá” y hasta el sombrero si apuras, que se dice que hecho así, cuando llueve tapa mas.

Recoger esas pequeñas cosas que forman la tradición, es un reto que desde estas líneas me he propuesto comentar, pues cuando desde la ciudad, alguien se acerca al caballo y en doma vaquera lo va a montar, debe saber y entender que son muchas las historias que día a día han ido forjando lo que hoy entendemos bajo ese concepto de esta “disciplina hípica”. Lo hacemos deporte, y eso le confiere una actitud distinta, exenta del frío de la mañana en el campo, o del bramido de los toros, o del calor de la tarde. Resulta difícil comprender el afeitado de orejas, cuando no se ha sentido en la piel las nubes de mosquitos en las marismas, o la dificultad de una buena pirueta cuando hay que abrir una cancilla, sin perder la compostura o la garrocha. Quizás algunos no entiendan que la tradición exige el uso de botines y polainas con calzona y que el sombrero de ala ancha también nos habla con su cinta, y en silencio no comenta del jinete, su nacimiento y heráldica.

Sin nos acompañan en este periplo que comenzamos hoy, desgranaremos cada una de esas cuestiones, acercándolas cada una de ellas a lo que debe ser una disciplina hípica, sin que esto suponga una merma en los conceptos de tradición.

D. Rafael Jurado Castillo montando al PSI Malandrín

La Vestimenta

Si algo forma parte esencial de la Doma Vaquera es la forma de vestir y todas derivan de las distintas situaciones en las que el jinete se ve inmerso y en las propias necesidades de cada momento. Cuando ese hombre del campo sale a trabajar, requiere de una vestimenta acorde a lo que el campo y las muchas horas le exigen, y la ropa se convierte en ruda, fuerte, capaz de resistir el roce y los envites de la naturaleza.

En el campo se usa pantalón redondo, que presenta esa vuelta de color blanco, pues los pantalones se forraban desde la cintura hasta los bajos, y darle una vuelta de dos dedos de ancho se hacía necesario, para protegerlo del roce con los botos. Se denomina redondo porque no lleva marcada la raya del planchado, procurando tener un color gris marengo en los meses de invierno, pues la lana calienta mas y resulta mas fácil de teñir que el gris claro del verano, hecho de algodón, material mucho mas fresco que contiene mucho mejor los rigores de esa “caló” del estío. Y la cinturilla alta, con seis botones prendidos en el mismo borde del ala para sujeción de los ojales, los que los tirantes mandan, que se abrochan dos atrás y cuatro a dos pares por delante en cada banda. Y para asegurar el conjunto y otros menesteres, como el de servir de apoyo a la garrocha o el rejón, un pañuelo anudado a la cintura, que siempre debía ser negro, pero cambiaba su color cuando indicar quería que había una hermana o una hija casadera estaba en favor de merecer. Acompañan a todo esto los botos, hechos de piel cruda y vuelta en tres piezas, el empeine, la talonera y la caña, sin ataduras ni botonaduras que puedan dejan prendidos matas y otras calañas, con un largo de caña que ronda la media pierna, suela de cuero y tacón llano que nunca fue habitual el uso de tacón alto en el campo. Se cose a mano y hace perdurar con varias capas de grasa de caballo, que la de vaca cuartea.

La camisa blanca y con botones, aunque no era raro verla de la de “tres cuartas con mangas”, con una abertura que del medio pecho a la garganta llegaba, donde anudar el botón, que cuando otra no abundaba, servía para fijar el cuello aquel de cartón, que con agua, harina y almidón brillaba y cuando no había como, con miga de pan se limpiaba. Y para adornarla un postizo se cosía con adornos y bordados de hilo, pues nunca fueron bien vistas las chorreras, ni en la camisa ni en las mangas.

Javier F Ballesteros

Juez Nacional de Doma Vaquera