Una tarde apacible y con la mar tranquila es una severa tentación para intentarlo y el día 04 de Octubre, día de San Francisco de Asís, no podía parecerse más a ese momento en el que a media tarde, una vez satisfechos de su comida diaria, grupos de delfines demuestren su capacidad de contagiar esa alegría al rededor de una pequeña embarcación. La dificultad está en encontrarlos, pero cuando lo haces, la satisfacción y muestras de cientos de sensaciones de correlación entre dos especies, salen y te dejan a flor de piel momentos de difícil, muy difícil descripción.
La tarde era propicia y la salida a navegar, después de más de un mes largo de sequía de tiempos de mar tranquilos, invitaban a salir y así lo hicimos. Era tal el alboroto que estaban formando el grupo de delfines, que resultó fácil su localización, como a milla y media de la costa. Cientos de «chispitas» dejaban una marca ineludible de una frenética actividad en el interior de las aguas, producto del acoso estructurado, medido e implacable del grupo de delfines, cuando se proponen recolectar un banco de peces suficientes para satisfacer su apetito.
Nuestra llegada fué pronta y sin sorpresas para ellos, que fueron los primeros en acercarse a darnos la bienvenida y ya no nos dejaron hasta pasados más de sesenta minutos en los que decidieron proseguir su viaje hacia el sur y nosotros el viaje de vuelta, puesto que además el sol ya había planeado esconderse tras las montañas y la claridad se tornaba poco a poco hasta necesitar poner las luces de navegación.
La vuelta fué diferente a la salida. Silenciosa, con pequeños comentarios sobre las sensaciones que un grupo de delfines te trasmiten y que hacen que tus sentimientos, ideas y sensaciones, divaguen dejándose llevar a la placidez del momento. Solo queda pensar en un «hasta pronto» y dejar que la suerte vuelva a aparecer en días próximos en los que volver a repetir la experiencia.
