Desde mi última publicación han pasado, probablemente demasiados días, pero la situación que estamos viviendo no es normal, y por ello son demasiadas las sensaciones, desahogos y otras minucias que se van acumulando en las que existe un denominador común gobernado por la inquietud y la desesperanza de tanta gente afectada, con la persecución permanente de la «espada de Damocles», de no ser tú el próximo.
Pero en esa constante incertidumbre, poco a poco, muy poco a poco se van abriendo grietas de esperanza, que cuesta, pero del mismo modo, poco a poco, muy poco a poco se van haciendo realidad y dejan ver un arco iris con promesas de nuevas certidumbres, acompañadas de otras nuevas incertidumbres, producto probablemente de tantos pensamientos contenidos a los que hemos tenido que sucumbir sin mucha o ninguna ayuda.
Comenzaré por comentar que he vuelto a sentir la sal de mar que sin tener un concepto claro del porqué, corre por mis venas y vuelvo a disfrutar de esa mar con un barco velero, con el que solo los ruidos producidos por el agua al romper sobre su casco y el de los silbidos de los delfines que furtivamente aparecen, son capaces de romper los pensamiento que se desgranan mientras se contempla el horizonte.
En mi caso, creo, que como las crisálidas he dejado atrás mi caparazón y como el Ave Fénix, he resurgido de mis propias cenizas, con nuevas ilusiones, no sin antes transformar parte de lo que suponía mi entorno, y no me refiero exclusivamente a mi entorno físico, sino al entorno como persona, haciendo resurgir ideales e ímpetus que hacía mucho tiempo, quizás demasiado tiempo no dejaba salir de mi interior y mucho menos manifestarlo o expresarlo.
En realidad, estas situaciones de confinamiento general esencialmente, demasiadas preguntas, a muchas de las cuales no encontramos respuestas, pues las distancias, en ocasiones se hacen demasiado distantes (vlr), pese a que pueden dulcificarlas las tecnologías modernas. Recuerdo cuando me trasladé a Canarias, que una de mis principales preocupaciones estaba en como soslayar el problema de las distancias para el adolescente que me acompañaba, y muy pronto pude ver como las tecnologías las acercaban tanto que prácticamente no llegaron a crear sensaciones de aislamiento.
Sin embargo, en esta ocasión, con los confinamientos, he podido ver como se hacían mas largas las distancias de no más de un kilómetro que las que mantenía con otras de mas de dos mil kilómetros. Es una sensación extraña, pero real, y vas dando vueltas y vueltas, intentas verificar el porqué y no obtienes respuestas, al menos convincentes, aunque aceptes las que te dan, pues no existen otras. Y poco a poco, van aflorando sentimientos que ni siquiera deberían existir. Eso hace que cuando comienzas con este resurgir, lo hagas con plena conciencia de que la razón nunca debería sustituir al corazón, pero que solo se ejerza en direcciones únicas, poco a poco, va mellando las relaciones y se termina, como a mi me ha sucedido en un compendio de ideas que de forma continuada iré publicando con el título genérico de «Confidencias». Con ellas no pretendo convencer a nadie, pues ni siquiera tengo claro que alguien las lea, pero ahí quedarán como una expresión de mis propias frustraciones.
